miércoles, 1 de abril de 2009

LUDOVICO SILVA


por José Jesús Villa Pelayo

          Tenía el perfil de los ángeles. La estirpe de un arcángel renacentista que no hallaba su lugar entre las cosas sublunares y el mundo. Había sido ornado por la poesía (su Vía Sacra, su camino sagrado) que, como el socialismo, fue para él un carruaje con el cual cruzar el infierno. Un Dante capaz de andar en medio del fuego. Y aun así escribió:
Mi estirpe es la de los lobos.

Aúllo por doquier, lanzo mordiscos al universo.
Me muerdo a veces a mí mismo
creyendo que soy otro,
pero luego descanso en mis propios brazos.
Descanso, descanso. [1]
         “In Vino Veritas”. Pero era la verdad de los lobos que se devoran a sí mismos y se protegen en la oscuridad; la verdad de la orfandad, de los ángeles postmodernos. En realidad, la estirpe de Ludovico venía del cielo, allí no aúllan ni se escucha la música de los lobos, aunque ciertamente hay “Descanso, descanso”. Así es que, Ludo, como le decían sus amigos, había alcanzado, premeditadamente, estoy seguro, las estrellas de Algol, ese lugar habitado únicamente por lo que llamamos ingenuamente “poesía” [ποίησις].
          No lo conocí personalmente, él había muerto en diciembre de 1988, y un amigo en común, que estuvo cerca de él durante esos días del último suplicio, me llevó a su casa, si mal no recuerdo, a mediados de 1989. Allí conocí a su Beatriz, en cuyo rostro habitaba un halo de nostalgia, tristeza y pérdida irreparable; porque como Dante, Guido Cavalcanti o Raimbaut de Vaqueiras, Ludovico Silva tenía su propia Beatriz, la misma a quien le escribió:
Che nel laco del amor m’era durata
la notte ch’io passai con tanta pieta…
La memoria es la madre de los poetas
 y tú eres una gigantesca memoria
que se me transforma en un Recuerdo
cada vez que me hundo entre tus ojos. [2]
         Recuerdo la primera impresión que tuve de su apartamento, de sus libros, de su biblioteca inmensa. Mucha literatura y textos de filosofía y política, escritos en alemán, francés, inglés o italiano.
          Imaginé  a Ludovico, por un instante, leyendo reposadamente El Capital [Das Kapital] en su idioma original, allí, en su casa, en su templo.
          Yo había estudiado alemán, un par de años, en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela y había llegado a traducir, toscamente, a Kant y a Paul Celan, y comprendía lo complicado y duro que podía ser el leer o el traducir el alemán al español.
          Me sorprendió la atmósfera increíblemente adusta, de recogimiento, que allí habitaba. Parecía más un monasterio con una enorme biblioteca, acaso en Bolonia, en Emilia Romagna o en Saint Remy que la biblioteca de una casa familiar. Por eso no podía entender esos versos en los que, como a través de un espejo, Ludovico contemplaba en su propio rostro el perfil de un lobo. Empero, el espejo, como las monedas, siempre tiene dos caras, como el del poeta romano Publio Ovidio Nasón [Publius Ovidius Naso] en Las Metamorfosis [Metamorphoseon]. Al parecer, ángeles y lobos no coexisten.
         Tal vez Ludovico despertaba algunas veces, como Gregorio Sasmsa, transformado en un lobo, creyendo que era otra persona, descansando en sus propios brazos. El lobo era quizás el doppelgänger del niño con alas de ángel.
          Algunos de sus amigos tenían también esta impresión, esta huella de su estirpe y de su rostro. Testigos presenciales, los llamo, en mi argot forense de abogado litigante. Yo, desde mi estrado, lo juzgo. Juzgo al niño con alas que tocaba el acordeón, como puedo juzgarlo todo desde este rincón protegido y lejano.
        No lo veo ahora. Pero sé que tenía un rostro melancólico, una mirada de ángel ausente, siempre perdida, en un horizonte desconocido. Cerraba largos silencios, y su alma parecía escapar a otros mundos mejores. No obstante, Ludovico era un ángel profundamente enamorado de la tierra y de sus seres. En uno de sus poemas más famosos, “El sexo de los ángeles”, se halla nítida y hermosamente labrada esta idea:
Mis ángeles son ángeles con sexo.
Yo, nada teológico, pero erecto y divino
veo una mujer ángel en mis sueños.
Tiene espíritu y carne
y  tiembla cuando la toco,
vuela en torno mío
como una mariposa de cristal
y  se detiene en lo alto de mi torre
de mármol.
Como invitándome a escalarla.
Mi angelesa me cuenta, por las noches,
después de la tormenta del amor,
cosas acerca de la soledad de dios.
Dios está helado
en su propia memoria,
recordando a Lucifer
el ángel de la luz que lo alumbraba
cuando estaba prisionero
del tedio de la eternidad.
Mi angelesa me sigue a todas partes.
Como una mujer fiel.
Yo amo su sexo puro y hermoso
como el tiempo. [3]
          Diríase por ello que Ludovico era una suerte de sacerdote, el oficiante de un monasterio que encontraba en el alcohol la verdad y la poesía, tal vez una ruta hierofante que él conocía y manejaba a la perfección. Así es que, Ludovico Silva participaba, de ambos mundos y de ambas estirpes, como la mujer ángel de sus sueños. Sigue en su poema “In Vino Veritas”:
Para luego renacer más lobo que nunca:
Mascando, escarbando, gruñendo,
Mascando mis heridas,
Escarbando mis huesos,
Gruñendo hasta lo indecible. [4]
         Pero la verdad del vino, en Ludovico, era semejante a la verdad del vino en Khayyam, el místico sufí de Robert Graves que yo había conocido en la Escuela de Letras, algunos años atrás, de la mano del poeta Eleazar León. El Kayyham de Edward Fitzgerald era más feroz y epicúreo y probablemente menos cósmico y estoico.
          Detrás de las heridas del lobo se esconde un místico. Detrás de la máscara y el doble habitan las estelas celestes. En realidad, Ludovico era un asceta que se refugiaba en el vino (vehículo de conexión con lo sagrado y lo humano), lo usufructuaba, y no era más que el Kykeon [κυκάω] del camino sagrado de los iniciados y sacerdotes en el Telesterion.
          Esa fue la impresión, general y profunda, que tuve al entrar al apartamento de Ludovico Silva unos pocos meses después de su muerte. Esperó con ansia, cuenta una amiga, la publicación de un libro hasta el último momento. Sólo después de su muerte, Monte Ávila Editores lo publicó. Cosas del destino o cosas de lobos.
          Me encontré, repentinamente, en un templo, en la guarida mística (su apartamento) de alguna secta de sabios órficos. Y su último habitante había sido un sacerdote, el oficiante de un rito eleusino, pero no ocultista.
          En su ensayo Las misteriosas correspondencias, Ludovico Silva escribe:
…pero no hay necesariamente que ser ocultista para apelar a las analogías. Que yo sepa, Hesíodo no era ocultista, ni Homero tampoco; ni Teognis, ni Tirteo, ni Hiponacte, ni Arquíloco. Ni siquiera en los ritos eleusinos había propiamente ocultismo; aquello era una manifestación popular, y el pueblo entero caminaba por la Vía Sacra para poder llegar a la llanura de Eleusis, al Telesterion, donde se realizaba la myesis o iniciación a los misterios. [5]
          En ocasiones, Ludovico era Juan, el apóstol, en la isla de Patmos, gravitando entorno a sí mismo, a su soledad, escribiendo o reescribiendo sus revelaciones; sumergido en alucinaciones de la poesía y visiones del futuro, del presente y del pasado; un profeta de la poesía y del socialismo, el cual interpretó, de una manera muy particular y autóctona, con los matices de un hombre caribeño que, paradójicamente, lucía el aire sereno, meditativo y grave de un teutón. Una “misteriosa correspondencia”.
         Aunque Ludovico bebía en exceso, lo hacía siempre recatadamente, en casa, y de la experiencia con el alcohol extraía poemas, a la manera de los surrealistas. “A ver Beatriz, un poco más de alcohol”. No era un bardo de taberna, como Christopher Marlow o Fancois Villon. Tenía el pudor de que no se le viera y, en realidad, nunca se le observó ebrio en lugares públicos. No frecuentaba bares y era sobrio en el decir y fundamentalmente austero en el vestir. Nunca tenía una mala opinión sobre nadie. Era un hombre de ademanes suaves. Muy pocas veces sonreía, y se sumergía en el infinito, en su infinito. La impresión que daba era la de un ángel perdido en la tierra, que se identificaba naturalmente con el socialismo porque repartía benevolencia, equidad y justicia. Entonces, podríamos decir que era un hombre perfectamente apolíneo en su forma de pensar y de actuar.
         Sus amigos tendían a protegerlo, a mimarlo (prosiguen los testigos presenciales), por esa condición de ángel desvalido o de niño con alas o de mensajero ciego, como Homero, que, en su poética, es símbolo y manifestación de la poesía.
          Se preocupaba por la esencia de la poesía (como Heidegger) que veía desvirtuada en muchos contemporáneos. Continúa Ludovico en “In Vino Veritas”:
Ah, qué suculento es este brazo
Mío, propio de mí!
Sabe a mi historia, y cuando sangra
Sabe a mi prehistoria.
Mi dedo gordo no está mal,
Salvo sus uñas extremadamente largas
Que, por lo demás, son un buen condimento.
En cuanto a mis piernas
La verdad es que me apetecen,
Pero no puedo llegar muy bien a ellas;
Se necesitaría, amor mío, tener cuello de araña
Para poder llegar con mis dientes a mis piernas.
Empero, yo llegaré; ese es mi propósito más firme. [6]
          He dicho que Ludovico Silva era un hierofante de los misterios eleusinos, un hombre fascinado por el misterio [μυστήριον] y el enigma [αἴνιγμα] en poesía, política y filosofía; preocupado por la esencia de la poesía. Empero, tenía también esta condición intrínseca y única de mensajero ciego, de vate (poeta y adivino) que lo acercaba, como Borges, a Homero; porque, para Ludovico, el poeta era un mensajero ciego, conductor de esos arcanos y mensajes cifrados. ¿Recuerdan aquel poema de Jorge Luis Borges en “El Hacedor”: el poeta se mira a sí mismo en el aeda ciego?
Gradualmente, el hermoso universo fue abandonándolo; una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies. Todo se alejaba y se confundía. Cuando supo que se estaba quedando ciego, gritó. [7]
         En el famoso ensayo que le dedicara a Homero, escrito de una manera tan sencilla como su propia vida, explica Ludovico:


Homero, según dicen, es una leyenda, pero eso no importa, porque una leyenda. Como decía Machado, es la mejor manera de pasar a la historia. Homero era ciego, pero eso no importa, porque el ciego, como dice Borges, ve más allá del mundo visible y puede hacer filosofía, que según dice Platón es la ciencia de las cosas invisibles. Homero fue un poeta ciego de tanto ver (…). [8]

          Los poetas, decía Juan Bautista Vico (citado por el profesor Harold Bloom en La angustia de las influencias [The anxiety of influence]:

                   
Poets were properly called divine in the sense of diviners, from divinari, to divine or predict. Their science was called Muse, defined by Homer as the knowledge of good and evil, that is divination…The Muse must thus have been properly at first the science of divining by auspices.
_______________________________________________________

 

…eran propiamente llamados divinos en el sentido de adivinos, de divinari, adivinar o predecir. Su ciencia era llamada Musa, definida por Homero como el conocimiento del bien y del mal, eso es la adivinación…La Musa debe, así, haber sido, en un principio, la ciencia de la adivinación a través de los auspicios. [9]

 

          Ludovico pensaba que la poesía era un “objeto enigmático” (esa idea de la “caja china” y el lenguaje cifrado), aunque también creía que se trataba de un “objeto estético”, desde su posición de observador y filósofo de la tradición poética de la cultura occidental, como él mismo decía, “desde Homero hasta Vicente Gerbasi”. Porque Ludovico era un “observador”, aún más que un filósofo de la poesía, de la política y de la cultura. Pero, por encima de todo, Ludovico era un poeta filósofo, o un filósofo arrastrado por la poesía hacia sus fuentes, en las cuales hallaba toda su potencia creadora. En su ensayo La poesía: objeto enigmático, se lee:
Partitura: Enigma. Interpretación: Misterio. Por cada rayo de luz racional que entra en esa ánfora misteriosa, emergen mil rayos distintos de todos los colores, cada uno de los cuales es portador de un fragmento del enigma total. Pero ya sabemos que en poesía cada parte equivale a la totalidad, pues un poema verdadero reside tanto en su todo como en sus partes (…) Lo que me interesaba resaltar es que el poema en cuanto tal es un enigma y por tanto una totalidad enigmática. En sentido estricto un poema es un objeto rigurosamente enigmático. [10]
         Para Ludovico la poesía no podía estar contenida en ningún elemento narrativo. Debía ser descripción, expresión de sentimientos, pensamientos, emociones y sensaciones.
         Básicamente era apolíneo, a pesar del gruñir del lobo y los encantamientos del alcohol. Su alma, no obstante, siempre fue más a fin con la de Hölderlin que con la de Goethe, a pesar de su basta erudición, estudios formales, capacidad de trabajo, lecturas, dedicación y esfuerzos, porque creía fundamentalmente en el delirio, en las cuatro formas platónicas del delirio: la locura profética, la locura ritual, la locura poética y la locura amorosa.
          Hay que agregar, a este breve perfil del espíritu de Ludovico Silva, que han inspirado nuestros amigos; que Ludo era un hombre esencialmente bolivariano, nacionalista, profundamente conocedor de la historia de Venezuela en sus más íntimos detalles y admirador del idealismo del Libertador.
          Como buen marxista, también era un idealista que soñaba con lo que podría ser una utopía: la justicia social esparcida alrededor del mundo, tan sensibilizado como estaba ante la injusticia.
          Tenía el perfil de los ángeles, es cierto, y la estirpe de un arcángel renacentista que no hallaba su lugar entre las cosas sublunares y el mundo. Pero también tenía el perfil de un poeta, de un gran poeta y de un hombre.
NOTAS
___________________________________________
[1] Silva, Ludovico (2006). In Vino Veritas. Caracas. Fondo Editorial IPASME/Fundación Ludovico Silva: pp.15.
[2] Silva, Ludovico; Pallini, Santiago (2006). Homenaje a Ludovico Silva. Fondo Editorial IPASME/ Fundación Ludovico Silva: pp.2.
[3] Quizá el poema más conocido de Ludovico Silva
[4] Silva, Ludovico (2006). In Vino Veritas. Caracas. Fondo Editorial IPASME/Fundación Ludovico Silva: pp.15.
[5] __________ (2008). Teoría poética. Caracas. Editorial Equinoccio: pp. 44-45
[6] ­­__________ (2006). In Vino Veritas. Caracas. Fondo Editorial IPASME/Fundación Ludovico Silva: pp.15.
[7] Mauriac, Claude  (1972). La aliteratura contemporánea. Madrid. Ediciones Guadarrama: pp. 190.
[8] Silva, Ludovico (2008). Teoría poética. Caracas. Editorial Equinoccio: pp. 57.
[9] Villa Pelayo, José Jesús (2007). Diario de Alejandría. Fondo Editorial IPASME: pp. 125-126.