sábado, 14 de febrero de 2009

MERCEDES FRANCO



por José Jesús Villa Pelayo
Mercedes Franco es, sin duda, una de las más notables novelistas en lengua española. Cuando leí el párrafo inicial de su primera novela, La capa roja (tráfago estremecedor hacia el siglo XVI), publicada por la editorial Planeta, en 1992, lo entendí de inmediato:
Lejos del enorme caserón blanco y de los corredores por donde transitaban diligentes unos cuantos negros, Juan Maldonado y Ordóñez caminaba y hablaba solo. Ya los esclavos estaban acostumbrados a aquellos paseos sin rumbo y a las largas conversaciones del capitán consigo mismo. Gesticulaba furiosamente, babeaba, abría desmesuradamente los ojos y luego los cerraba con fuerza, Se halaba y alborotaba los largos cabellos blancos que su mujer le ataba en un moño bajo la nuca, Se zafaba la cinta de terciopelo negro que le sujetaba el pelo y la arrojaba lejos, Parecía entonces un león viejo y enfermo, un fantasma desandando sus pasos, una vieja loca, con los cabellos desparramados sobre la espalda. Una vieja bruja, flaca y encorvada, Una bruja plañidera desgañitándose, llorando su desgracia. (1)
No se necesitaba ser un crítico muy sagaz o un filósofo de la literatura para percibir la contundencia verbal e imaginativa de su libro, así como la densidad que había otorgado a sus personajes, a quienes podríamos describir como “personalidades gigantescas” (Juan Rodríguez Suárez, Juan Maldonado y Ordóñez, María Velasco), para utilizar una frase del profesor Harold Bloom, al referirse a los personajes cervantinos.
En realidad, La capa roja (que había obtenido, ese mismo año, el accésit del Premio Planeta de Novela) la revelaba como una finísima e inteligente novelista, que incursionaba en la novela histórica con un manejo insospechado y poco común de las palabras y el diseño de la historia.
Puedo decir algo semejante de su nueva novela Crónica Caribana, una historia de fundaciones, maravillas, fabulaciones e imaginerías históricas bajo el telón de fondo del naufragio de la Stella Maris, en el año 1528, que publicara la editorial Alfaguara en el año 2005; y cuyo personaje principal, también una “personalidad gigantesca”, es el poco conocido y no menos dramático Cronista de Indias, de origen italiano, Giambatista Genovese.
Han transcurrido catorce años entre una y otra publicación. Ahora, Mercedes Franco es una novelista más centrada en sí misma y seducida, enteramente, por las palabras, por la poesía, por un estremecedor río de imágenes subterráneas que corre bajo el entramado del libro y recupera lo mejor de la herencia del neobarroco latinoamericano, como la filigrana de la hornacina central de la Portada del Perdón de la Catedral de Lima. En realidad, Crónica Caribana continúa, descifra y desarrolla, de manera sorprendente, los temas y formas inaugurados en su primera novela.
Al día siguiente el cielo amaneció menos brillante. Un oprobioso calor anunciaba calma excesiva. Todos sudábamos a plena canícula. El viento se detuvo en un bochorno súbito y la Stella Maris, en la mar dormida, apenas cabeceaba lánguidamente, sin alterar el gris silencio de las aguas. Hubo un hermoso arrebato de luz en el poniente, y al comenzar a caer el sol entre las olas incendiólo todo en llamaradas rojas, púrpuras y oro tenue en el horizonte. (2)
Ese Mar Caribe de la Crónica Caribana, aparentemente tenebroso, gris y cruel (urdido con astuta filigrana verbal) es más bien sensual, sensible, exuberante, siempre azul cobalto o amarillo tostado o turquesa, como la vegetación de sus islas, de sus mujeres y hombres o de su amor desenfadado pero posesivo, es el mismo mar de Lezama Lima, Nicolás Guillén o Alejo Carpentier.
Espacio de la polifonía”, como escribía Severo Sarduy del barroco, pero jamás de la “parodia”, porque Mercedes Franco aniquila la esfera postmoderna de la parodia con el vigor moderno y sagaz de sus personajes. Un genuino y eficaz retorno del héroe moderno.
Resulta evidente, además, que todas aquellas sorprendentes cualidades literarias que cualquier lector profano hubiera podido notar, de inmediato, en La capa roja, se han redimensionado aquí, toda vez que Mercedes ha creado un mundo aún más ornado y subyugado por la metafísica y la poesía.
Es el tipo de lenguaje y astucia verbal que ella solía utilizar, con extrema soltura, en sus crónicas del diario “El Nacional”, columna semanal que Mercedes había bautizado (en 1980), con no poca candidez, “Cantos de Sirena”. Igual podía uno encontrar allí un artículo sobre los hombres “pizpiretos” o una estremecedora elegía, como aquella dedicara a la muerte de John Lennon, y que quedará por siempre grabada en el recuerdo de quienes la leímos con asombro; es el mismo tipo de magnética prosa poética y sencillez con la cual aborda a los niños con sus relatos de fantasmas. El libro Vuelven los fantasmas, publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en 1996, prueba la fascinación que ese lenguaje dístico produce en los niños:
Mucha gente ha visto este poético fenómeno: una luz que aparece al pie de alguna Ceiba, o bajo un frondoso samán centenario. Se dice entonces, que en ese lugar hay un Entierro, es decir, oro, joyas, o algún otro objeto valioso, y que esa luz que es el alma en pena de quien hizo el Entierro, indica el sitio exacto del tesoro, con la finalidad de que alguien lo localice y lo saque, porque sólo así podrá descansar en paz. (3)
Pero permítaseme regresar a sus novelas. Cuando leí La capa roja, en 1992, me intrigó mucho que Mercedes no escribiera con ese tono intimista, testimonial, propio de los años ’70, ‘80 y ‘90 que era 100% pensamiento blando, escritura blanda y personajes blandos, vale decir, artilugios postmodernos.
Mercedes Franco no era una narradora postmoderna. Eso estaba claro. No utilizaba ni se manejaba bajo los mismos códigos ni con el mismo aire extraviado de esos narradores venezolanos que, por cierto, habían naufragado en la tentación postmoderna. La capa roja era otra cosa, sonaba más bien a relato de los Tiempos Modernos, a retorno de los personajes. No armonizaba con lo que se escribía entonces en América Latina. Aunque hubiera podido pensarse, de manera poco acertada, que La capa roja no era más que narración de simulación y pastiche.
Crónica Caribana vindica esa postura inicial. Nada más lejano, en su estructura narrativa, al vibrante aire postmoderno de personajes e historias decapitadas de Nathalie Sarraute (y La era de la sospecha [L'Ère du soupçon]) o Claude Simon, para citar tan sólo algunos ejemplos de la Nueva Novela [Nouveau Roman], que fueron, está claro, paradigmas para los escritores en América Latina durante los 80s y 90s.
La Capa Roja era novela histórica salpicada de irreverente fabulación. Donde había alguna laguna, Mercedes la rellenaba a punta de ingenio. Ella escribía a contracorriente. Aún continúa haciéndolo, porque Crónica Caribana es, a diferencia de la mayoría de las novelas actuales en lengua española, a las que yo describo como “novelas planas”, “sin acústica”; magia de la palabra, de principio a fin, con la mirada puesta en la fortaleza humana de los personajes, quienes, de alguna manera, recobran su autoridad perdida (a manos de lo que Edward Said llamaba “las fuerzas del estructuralismo y el post-estructuralismo” (3), durante los últimos 30 ó 35 años.
La novela de Mercedes retoma, con sutileza y vigor, la idea del personaje y del héroe. Porque Giambattista es un personaje histórico/fabulado, perfilado con pluma y cincel cuyos rasgos distintivos Mercedes definió con precisión. En pocas palabras, Giambattista tiene rostro. Lo reconocemos, como personaje y como héroe, a quien le es impuesta, por la Providencia, una travesía y unas hazañas que cumplir. Un personaje cabalmente renacentista, como Guido Cavalcanti, en quien se confunde la realidad histórica con la ficción.
En ambas novelas coexisten, al menos, dos historias entrelazadas, aéreas o subterráneas, pero jamás en colisión. En La capa roja, el relato de amor y desamor, en el triángulo Juan Rodríguez Suárez, Juan Maldonado y Ordóñez (dobles) y María Velasco, habita con la historia violenta (típica de la conquista) de la fundación de las ciudades de Mérida y Caracas. En Crónica Caribana, el naufragio de la Stella Maris y las aventuras, afortunadas o desafortunadas, del supersticioso Giambatista se cruzan con una conspiración urdida, desde las más altas esferas del poder real, con sociedades secretas, asesinatos y la omnipresente ambición de poder.
La producción de Mercedes Franco es, simplemente, asombrosa. Ha publicado, en los últimos dos años, unos ocho libros: Criaturas Fantásticas de América (Playco Editores, 2007), Así somos/tradiciones venezolanas (Ediciones B, 2007), Annie y el Mar (Thule Editores, 2007), Cuentos de Venezuela (COFAE, 2008), Animales fantasmas (Fundación Provincial, 2008), Diccionario de misterios, leyendas y fantasmas de Venezuela (Editora El Nacional, 2008), La Guerra de Venezuela /una aventura de Cipriano Castro (Fundación Editorial El perro y la rana, 2009) y La Luna de Churiguara y otras leyendas (Edigente, 2009).
Como cuentista tiene ya asegurado un lugar en la historia del relato en Venezuela. En el número antológico (1938-2006) de la Revista Nacional de Cultura, publicado en el año 2006, el ingenioso cuento de Mercedes, titulado “El prodigioso imaginador teme haber perdido sus poderes” aparece entre los grandes nombres del género en nuestro país:
Tiene los ojos de color uva verde, blanquecinos, líquidos de tanta vida y de tanto asombro, que le amanece en ellos cada día. Ahora se le ven aún más grandes que antes, cuando solía abrirlos mucho al preguntar o al cantar con su extraña voz terrestre. (4)
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(1) Franco, Mercedes (1992). La capa roja. Caracas. Editorial Planeta. 1ra. Edic.
(2) _________ (2005). Crónica Caribana. Caracas. Alfaguara.
(3) Said, Edgard (2006). Humanismo y crítica democrática. Caracas. Editorial Random House Mondadori.
(4) Franco, Mercedes (2006). “El prodigioso imaginador teme haber perdido sus poderes”. Revista Nacional de Cultura. Caracas, # 332, Tomo II, Año LXVIII, Número Antológico (1938-2006).