viernes, 27 de febrero de 2009

ANA MARÍA VELÁZQUEZ



Palabras de José Jesús Villa Pelayo pronunciadas el 18 de octubre de 2008, durante el bautizo del libro Con los ojos abiertos de Ana María Velázquez.
Encontré el libro Con los ojos abiertos de Ana María Velázquez entre muchos otros libros que nuestro amigo Gustavo Ávila guardaba en su oficina del Fondo Editorial del IPASME. Estaba diagramado pero, después de la muerte de Gustavo, en febrero de este año, el libro había quedado olvidado por la inercia y desdén administrativos. Tuve la fortuna de encontrarlo, con lo cual efectué un verdadero hallazgo. Entregué el libro a producción y lo demás fue, como dicen ahora, “cortar y pegar”.

En la contraportada, Gustavo escribió (cito): “La ausencia y la búsqueda constante de ese “otro” perdido o ausente, el anhelo, la soledad, las ilusiones rotas, la guerra, los desplazados, el crimen, la alienación del trabajo y la fragmentación de la soledad, son los elementos que constituyen el phatos, es decir, el “destino” de los personajes

Pero permítanme, en nombre del Fondo editorial del IPASME y del mío propio, realizar una pequeña reflexión sobre este libro de relatos de Ana María Velázquez.

El conjunto de los cuentos que giran en torno a los grandes temas de la literatura: la soledad, el amor, el desencuentro, el olvido, el aislamiento, el temor a la pérdida, la muerte; también propone algunos de sus grandes problemas: el perpetuo retorno, la otredad, la imagen del fantasma, con una poética de pájaros bajo “la luna llena de lágrimas”.

Pero lo que sorprende, al leer este libro, es la profunda fluidez y agilidad de su prosa, la limpidez, una mano suave que perfila los eventos con extrema facilidad, escribiendo sobre lo que sabe. Esta es una virtud en sí misma.

Hay que añadir, por supuesto, la sencillez de la narración sin florituras ni arabescos, centrada en lo que se quiere decir y finalmente se dice, sin aspavientos, sin torceduras, con la estructura geométrica de la línea recta. En dos palabras, Ana María escribió lo que quería escribir. Y esto no es fácil.

En la escritura de Ana María Velázquez se percibe, rápidamente, un oficio y seguridad muy particulares. Se trata del oficio de medir la palabra, de sopesarla, de saborearla como un manjar, en la boca, en las manos. Se trata del oficio de habitar con y en la palabra. De pensarla e imaginarla.

El trazo de Ana María (permítanme también utilizar esta metáfora de la pintura) es pincelada de artista. Y un artista genuino conoce su oficio, juega (no temerariamente) con sus instrumentos de trabajo y la materia. Ana María, con su alma sencilla, ha logrado bordar estos relatos que recuerdan las finas y suaves líneas del domo de Santa Maria dei Fiori.

Además, el lector advierte, con claridad, el aire de crónica y el imaginario venezolano y el espíritu venezolanista de quien conoce los pueblos, el habla popular, las expresiones del espíritu de la mayoría. Y, como antes mencioné, el problema del “otro” y del objeto que se mira (desde el “sujeto”) con “los ojos abiertos”, ese objeto que no es más que el conjunto de todos los componentes minimalistas del mundo que nos rodea: los más sobresalientemente cercanos, los cotidianos, los que manejamos todos los días, el habla diaria, las historias, las vidas que todos tenemos y poseemos y guardamos en baúles o colocamos al aire libre, pero que jamás nos abandonan. Es el gran objeto que se halla del otro lado de la cera y que miramos o queremos mirar con “los ojos abiertos” o que, cuando soñamos, apenas miramos o no deseamos mirar, cuando la realidad nos cerca y se hace pesada a los ojos.
Finalmente quiero leer un texto del relato (de ecos mitológicos que, por momentos, recuerda aquel famoso relato corto de Joseph Conrad El Corazón de las tinieblas) “El camino de regreso”: (cito): “…pero en realidad nunca sabemos qué es lo que estamos buscando. Lo único que nos queda claro, cuando dejamos los chabonos y volvemos con paso tembloroso a la espesura de las ramas, es que pertenecemos allí, que siempre vamos a seguir buscando allí, porque nuestros pasos no saben adónde más ir sino tras la huella del jaguar