Sin duda, siempre recordaremos a Eleazar León por su valentía, su coraje, su ausencia de temor a la hora de decir lo que pensaba, lo que sentía. Siempre estuvo del lado de las verdades y de las resonancias, de la integridad.
Su voz profunda, atildada, fina, cromática, invocaba la poesía; indefectiblemente habitada por sus ecos. En él (y en su palabra) siempre algún verso, algún poema; podía recitar muchos de memoria, porque convivía, abierta y deliberadamente, con el hecho poético, con los habitantes de la poesía. Era uno de esos habitantes habituales, fugaces, como todos.
Su poesía era una hábil y sagaz mezcla de sabiduría, percepciones, imágenes cotidianas pero universales, emociones, amor, sobre todo aquel que no se encuentra con frecuencia, ése que ansían y ofrecen los trovadores ante las inaccesibles damas de los castillos imposibles y sus cortes. Oservador atento del mundo y sus objetos.
Podía componer un soneto o una cuarteta al estilo del siglo de oro español con una descomunal naturalidad y facilidad o, de igual manera, un poema novedoso y provocador. Tenía el don de la poesía. Decir que es y fue uno de los más extraordinarios poetas de la Venezuela del siglo XX sería simplemente redundante. Lo fue, lo es, porque preferimos pensar que no se ha ido, que el 7 de agosto del año 2009, Eleazar León fue arrebatado por los ángeles de la poesía, por la escala de Jacob, al lado de Hoelderlin y de los grandes poetas iluminados.
Fue mi profesor en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, asistí a su taller, pero también fue mi amigo. Crítico mordaz del sistema, del establishment. Recordaba a los grandes poetas disidentes como Ezra Pound.
Eleazar se tomaba muy en serio la poesía, así como enseñarla. Porque era básicamente un maestro, uno genuino. Nació en 1946; por tanto, era un vástago de la II Guerra Mundial y de la Venezuela que nacía con Médina Angarita y López Contreras, la Venezuela post gomecista. Nació como un hombre del pueblo, en Caracas, y nunca pretendió ser nada más que eso, un hombre y un poeta del pueblo, y por supuesto, del mundo, porque su aliento era universal y universalista.
Sabía reconocer el talento, como pocos. No era egoísta. Eleazar nos marcó, su poesía, su voz, sus enseñanzas, su vida que trasvasaba poesía. Amaba a Khayyam, a Borges, a Pound, a Eliot, a Li Po. Era un desterrado entre los desterrados.
Eleazar nació en la ciudad de Caracas. Era Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, y profesor de la Escuela de Letras, después de los día de la Renovación. Pertencció al famoso Taller Calicanto, dirigió el Taller de Poesía de la Escuela de Letras y el del CELARG. Entre los libros que publicó se encuentran: Precipicio de pájaros (1971), Por lo que tienes de ceniza (1975), Estación durable (1976), Cruce de caminos (1977), Palabras del actor en el café de la noche (1982), A la orilla de los días (1982), Reverencial (1991), Hechura de palabras (1992), Cuartetas (1993), Descampado (1999), Papeles para un adiós (2004) y Rubayyats (2009).
Eleazar se tomaba muy en serio la poesía, así como enseñarla. Porque era básicamente un maestro, uno genuino.
Sabía reconocer el talento, como pocos. No era egoísta. Eleazar nos marcó, su poesía, su voz, sus enseñanzas, su vida que trasvasaba poesía. Amaba a Khayyam, a Borges, a Pound, a Eliot, a Li Po. Era un desterrado entre los desterrados.
ni yo soy suyo para nada. ¿Quién atesora
migraciones de nubes a la orilla del viento?
Abro los días por la puerta del mar
y en las corrientes planto mi casa, bebo
los torbellinos.
La luna me comprende con estaciones de intimidad
y luego vamos cada quien, ella creciendo
con mi lumbre por dentro, yo con la capa
de los jinetes a pleno sueño.
Ondulaciones en la hierba, sé sus andanzas
de lluvia o sol, y el vencimiento de los árboles
muertos por hacha, y el corazón
abierto de las piedras.
Nada retiene bajo su luz, y así mi abrazo
rodea las cinturas de las espumas
y cuando nazco de raíz pienso en el aire
y el horizonte sobre mi mano.
Se me vuelve un tesoro
los días del universo.
Sus regalos destellan
por el instante de mi voz
y pronuncio la fuga de las arenas en mi puño
con júbilo las estrellas
y hago silencio.
Finalmente, reproducimos aquí el documental de Miguel Guédez sobre Eleazar León, insigne poeta de las letras venezolanas: