sábado, 7 de abril de 2007

BEATRIZ ALICIA GARCÍA
por José Jesús Villa Pelayo


Beatriz Alicia García nació en el año 1966, lo cual quiere decir que es, al menos, cuatro años menor que yo. Sin embargo, fuimos condiscípulos en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Yo diría, sin temor a equivocarme, que fue la primera persona que conocí, durante la inscripción, en algún mes del año 1982. Han transcurrido 25 años. Ella sigue igual, es la misma joven delgada, silenciosa y meditativa de entonces. Llena de poesía, preguntas sin respuestas, evasiones y serena calidez. Ha escrito mucho, eso también lo sé. Lo ha hecho en silencio, sin ser observada, más bien oculta en sí misma. Pero todos esos libros, que aún no publica, han sido tocados por el espíritu de la poesía, por una intervención profunda en los grandes temas y problemas de la existencia y la literatura. Porque Beatriz Alicia García es una poeta, yo diría que en el sentido eleusino, porque en su poesía corren las venas de la interpretación, augurio y desciframiento del mundo. Aunque su poesía parece únicamente expresar a Beatriz Alicia García, ella es, de manara insólita y minimalista, un oráculo que muestra las bondades y males del tiempo presente, pasado y futuro. La tragedia está allí, por supuesto. Pero nuestra Antígona postmoderna se compadece por los dolores de parto de la humanidad, avista las señales, habita el Telesterión. Ella escribió, en un texto titulado “Gestación de mi experiencia poética”, publicado en la Web para la página chilena de literatura “Proyecto Patrimonio”: “Inicialmente la lectura y la escritura se convirtieron en un refugio contra las agresiones del mundo. Fueron mi trinchera. Desde allí combatía un mundo que me resultaba sumamente hostil. (…) Sigue siendo importante para mí escribir sobre las situaciones que me producen sentimientos, pero ya no utilizo las palabras como una suerte de morfina contra el dolor.”. Sé que en el año 1990, obtuvo el valiosísimo premio "Víctor Valera Mora". Y que, hoy en día, dicta la cátedra de Literatura Venezolana de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, que yo mismo dicté algunos años atrás. Ha escrito, entre otros poemarios, Música de fondo (1983-1987), Visa negada (2001-2002), Ciudad oscura (1987-1989), Dones de tu cuerpo (1992-1995), Propósitos y olvidos 1992-1998, Mudanzas (1993), A la caza de un blade runner (1994-1998), Acto de fe (1996), Garbache (1998-2000), El libro del exiliado (1998-1999), del cual les ofrezco un poema que me parece revelador:

¿PODEMOS SEMBRAR LA PAZ?


a la memoria de Ramón
Douglas
y Víctor

No sé por qué
estamos tan rodeados
de muerte.

Nuestros amigos
mueren en la calle,
asaltados por el miedo,
asaltados por el hambre,
torturados por el odio.

Kosovo estalla
como una herida
en el mapamundi,
corren mares de sangre inocente
en Kosovo,
bajo el sol
de estos días aciagos.

No es la muerte
de los otros,
en la prensa
o en la televisión,
ataúdes que se olvidan,
fosas comunes.
Son nuestros amigos
abaleados en las calles,
es la muerte
clavando sus garras
de águila
en nuestro pecho,
como un hondo tatuaje,
como el estallido de un mundo
quebrado para siempre.


Intento volver.
No hay camino hacia tu casa,
en algún momento
perdí el camino hacia la mía.



Sabía que esto iba a pasar
y seguí adelante.

Que me caiga el látigo.


Cuidado.
Los extremos se tocan.

Cuídate de las mujeres solas
que dejas entrar en tu corazón herido.

Quizá,
tú tampoco salgas indemne,
Chino.


No te voy a apostar
como una moneda codiciada,
no juraré en vano
por ti.

Desconfío,
puedes creerme,
amigo.

No prenderé velas
a los santos,
ni me haré harakiris
emocionales.

Yo ya no busco
ningún camino.

Yo ya sólo sé alejarme.

Más vale que te cuides de mí.

Cuídate de las mujeres solas,
largamente solas.


Hay treguas que duelen.

Una desconocida me dijo ayer
que te tome como un regalo,
sin esperar más,
sin pedir más.

Un regalo
por un rato
de la vida.

(Funcionó la idea
por unos minutos).

Era una mujer muy cálida,
me hizo el único pedido del día.

Al atardecer,
cuando tragué el cansancio
de diligencias inútiles,
y no tuve a nadie a quien contárselo,
cayó el látigo.


No es cuestión
de pérdidas o ganancias.

Cerca o lejos.

Caminamos terrenos movedizos,
campos minados.

No somos inocentes.

No somos el uno para el otro.


Hemos tendido puentes,
hondas grietas
que lastiman.